VALLADOLID DESDE MI BICI. Noche vieja, año nuevo



Al terminar la celebración de la Nochevieja,  siempre di mi calendario de Navidad por finalizado. Solía, después de dejar a mi padre acostadito y feliz, volver paseando hasta mi casa -Campo Grande, Acera de Recoletos, Plaza de Zorrilla, Paseo de Zorrilla- empapándome de historias e imágenes que me tenía después encandilada, atrapada delante de la pantalla del ordenador intentando darles vida.
  
Al día siguiente, mis perras y yo celebrábamos el primer día del año con un largo paseo hasta "la playa" del Pisuerga. Un recorrido precioso que disfrutábamos a través de cada uno de los sentidos; incluido el gusto, ya que nos recompensábamos la caminata con un sabroso aperitivo para tres. Sabían perfectamente, Pispa y Pochaque el rico botín iba acomodado en la mochila y que era muy muy especial.

Ellas se pegaban unos baños estupendos y volvían a casa impregnadas en un fuerte olor a río y felizmente rebozadas en arena, lo que les suponía una incómoda visita al peluquero al día siguiente. Estoy convencida, sin duda alguna y sin haberlo hablado con ellas, que  les merecía mucho la pena.

Yo las seguía en sus juegos (las hacía correr, tirando palos o piedras al agua gélida que disputaban por devolverme), fantaseaba, fotografiaba, dejaba pasar la mañana muy lentamente. Al regresar, tras un minucioso secado, compartíamos mesa, tarde de sofá y buen cine.

Este año (el año de las reinvenciones) no están ninguno de los tres ni tengo el calendario lleno, así pues,  mi bici y yo emprendemos -iniciamos- una nueva andadura, un nuevo ritual para este primer día del año: pedalear de puente a puente.

Si nos acompañara la suerte, podríamos encontraremos al Ciudadano Pez. Charlar con él, tan cálido y cercano, sería como recuperar un poquito de todo lo que he perdido.

Eso sí, si deja de llover.

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