De mañana. El pan nuestro de cada sábado
Está llegando a ser una costumbre y me gusta. Los fines de semana van cambiando de paisaje inmediato, horario y asistentes.
No hace tanto, los sábados y domingos nos reunían en torno a unas cañas y lo que hubieran preparado en los baritos del barrio. Unas rodas que provocaban un desequilibrio total para el resto del día: retraso en los horarios, platos llenos, tarde perdida....
Desde hace poquito en casa, los domingos y algún sábado que no vamos de cabeza con compras, organización domésticas y perros, hacemos un brunch (entre el desayuno, breakfast; y el almuerzo, lunch) o lo que es lo mismo: un desayuno-comida.
¿Qué hemos ganado? pues salud, conversación, tiempo y hogar.
La verdad es que las cañitas matutinas cada vez me sientan peor y tampoco me apetece que todo el ejercicio de la semana se vaya en paliar sus efectos.
Me encanta recibir a la familia con la mesa puesta: dulces, salados, café, agua y para los más atrevidos, bebidas azucaradas (las detesto) y cerveza. Hablamos ,sin tener que elevar la voz de todo aquello que durante la semana nos ha alegrado o entristecido y que en un sitio público no te da por compartir, cómodamente sentados en la cocina, sin olor a fritos, con los perrines participando, pendientes de su ración extra.
¿Qué pasa con el barrio y sus bares? Nada, sigo visitándolos a otras horas y para otras cosas, no para hacer familia. Mi barrio me entusiasma, pero mi manada me cautiva.
¡Buenos días, caminantes!
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