Lo difícil de partir. Lo difícil de volver



Hacer maletas no es lo mío. Me cuesta arrancar y la sola idea dejar de ver -aunque sea por algún día- mis cosas y a mi gente, me complica mucho. 
Este año raro y malo, el bellezón (baste ver la foto)  y yo decidimos que nos merecíamos, después de 2 largos años, recorrer las playas de nuevo, respirar hondísimo e invitarnos a sabores, olores y paisajes que ya necesitábamos recuperar.   
No te das cuenta de lo cansado que estás hasta que el último hilo se desprende al mismo tiempo del cerebro y el corazón. De pronto, miras y recuperas la curiosidad y las ganas de crear nuevos recuerdos.
No hemos parado. Los kilómetros que hemos hecho no los puedo calcular: arena, asfalto, agua
Hemos caminado, conducido, nadado, comido, bebido y dormido juntos.
Hemos mirado y aprendido al tiempo. Él a respetar los espacios y las urgencias nuevas. ¿Y y?o, ¿qué he aprendido yo? es vuestra pregunta, claro. 
Desnudar por completo el sentimiento no es mi juego preferido. Disculpad. Pero si hay algo que me traigo apuntado en la lista de lo fastidioso, molesto y peligroso: la gente que no respeta las reglas del juego y con ello tampoco  a los demás y a la naturaleza. ¡Qué pena!
Lo difícil de volver ha sido llegar a una ciudad embozada, que dejé sonriendo y recuperando sensaciones.
¿De verdad que no hemos tenido bastante? ¿Alguien puede pensar que no es cosa suya?
Dice Victor Manuel en una de sus maravillosas canciones:
"No me pesa lo vivido, me mata la estupidez de empezar un fin de siglo distinto del que soñé"
Pues eso, me mata la estupidez. 














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